Este relato es mi regalo de fin de año (y de navidad, para los que creen en esa mierda) para la parranda de coñoemadres que me han deseado mal toda la vida, y a quienes ahora, por fin, alguien en el infierno les ha escuchado sus plegarias.
Salud.
Salud.
Por cuestiones que tienen que ver con el desempleo y la mamazón (en primer lugar) y con esa atávica inclinación a coger calle y carretera así no tenga excusa para ello, los primeros días de diciembre los invertí, en buena parte, en ganarme unos centavos taxiando. Haciendo carreritas. En una de esas divisé a una amiga en una esquina y me sacó la mano, y la llevé, gustoso. La chama no paraba de preguntarme si no estaba jodiendo, si fue que al verla puse el aviso de taxi para echarle vaina un rato. De verdad-verdad, estaba sorprendida de que "un carajo como yo" (pobre güevón al fin) tuviera que acudir a trámite tan bastardo para ganarse el pan. "¿Tú? ¿Taxista?". Ah buena verga pues.
Lo tomé como un halago (según su punto de vista lo era, lo creo firmemente), y le conté algo en lo que ni siquiera había pensado: no tiene nada de raro o sorprendente que yo sea taxista, porque de hecho ya yo ejercía el oficio desde mucho antes de ejercer el de periodista o me metiera a escritor. Le pregunté a la amiga su año de nacimiento y me respondió 1985. "Pues ve la vaina: antes que tú nacieras ya yo andaba dando pingazos en un mustang 2 puertas y la carrera más barata costaba 10 bolos de los antiguos".
Si a ver vamos, por peso, jerarquía y marcas vitales de la antigüedad, cuando me pregunten por mi oficio o profesión yo debería responder: taxista. Lo que pasa es que esa otra inclinación burguesa a llamarse escritor o periodista, hermano...
La chama se bajó con una cara de conmoción bellísima, y me dijo: "Mira, pero entonces cobra lo que es, una cosa es la amistad etc etc.". La carrerita costaba más o menos 30 bolos. Le dije que eran 60. Se le borró la cara de compasión y puso una de asombro más arrecha todavía que la anterior. La disfruté unos segundos y después la convencí de que aceptara la cola, de pana: cortesía de Perromóvil, su línea de confianza.
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Ahora, taxistas vergatarios, suicidas, homicidas y jodedores, los mototaxistas. El martes 22 (hace una semana) andaba sin carro y cogí uno en Sabana Grande rumbo al centro. El bicho dobló a 60 por detrás de El Recreo. Juro por mi madre que me puse a pensar en el puente de hierro que forma una joroba por encima de la calle de los hoteles, y en el rolitranco e vergajazo que nos podíamos dar si le caíamos a esa velocidad. Pero la infaltable vocesita interior me dijo: "Nah, tranquilo, este loco sabe lo que está haciendo".
Menos mal que no llegamos al maldito puente, porque por desgracia la vocesita no conocía al bicho y éste no sabía lo que estaba haciendo. Justo una cuadra antes se atravesó un carro y no había forma de esquivarlo. Bueno, el tipo encontró una: pisó el freno mientras la moto seguía directo al obstáculo, se inclinó hacia la izquierda y se lanzó al pavimento. La moto rodó bello como diez o quince metros más, encima de mi pierna izquierda. Más de uno de ustedes debe haber disfrutado esa sensación: cuando la pierna se dobla sobre su eje, se retuerce como cuando uno exprime una toalla para medio secarla, y no hay dolor. Se siente como de goma. Hasta que caes, verificas que está vivo pero no te puedes parar, y empieza la interesantísima batalla interna en la cual te debates entre pedirle ayuda a todo el mundo y tratar de no dar lástima.
Solidaridad no faltó (velocidad sí, porque estuve ahí acostado una hora esperando una ambulancia): me prestaron un teléfono para llamar a dos o tres panas de los que resuelven, me arrastraron hacia el borde de la calle para que mi repugnante cuerpo no rejodiera más el tráfico capitalino, y el mototaxista estaba de lo más amable (e ileso: no se rasguñó ni la ropa ese mamagüevo) y pendiente de mi estado físico. Qué solidario ese tipo, camarada, qué atento, qué amabilidad, qué cuidado en no rozarme mi pie, que a estas alturas estaba mirando así como pa atrás.
Cuando ya estaba preguntándome cómo era que ese carajo se veía más preocupado y atento que mis panas, se acercó un fiscal de tránsito y me resolvió el enigma: me preguntó si iba a levantar cargos contra el motorizado, porque como había un lesionado y tal el caso tenía que ir a Fiscalía. Le miré la cara al tipo, miré la aglomeración de motorizados alrededor, le escuché el argumento apagado al mío: "Me van a quitar la moto". Y también recordé que hace unos años hice el papel (la voz) de un fiscal de tránsito en la versión Hip Hop de El Motorizado, con María Rivas y los Vagos y Maleantes (el Nigga y el Budú):
Ser fiscal es ser pajúo. Decidí dejarlo de ese tamaño. Inventé una mentira: "No compa, a mí me jodió fue un carro que se dio a la fuga". El fiscal le dijo al motorizado "Te salvaste, rata".
El momento en que un bombero me torció el pie a lo arrecho para ponerlo en su sitio (en el tobillo fracturado y salido de su sitio) me duele todavía, y además si lo cuento ustedes van a pensar que estoy tratando de dármelas de héroe y vaina (y además la pinga, tendré que contar que no recuerdo haber gritado de esa manera desde que era muy muy chamo, y eso no es bueno pal prestigio) así que lo dejamos hasta ahí y saltamos al final: me operaron para meterme una ración de tornillos y la respectiva placa de titanio, y un alambre en un dedo para corregir otra fractura. Todo esto en el lado izquierdo. Así que ando derechista por la vida, e inmovilizado un rato.
Fuera de la calle, pero activo aquí adentro. Lo cual no está mal: las carreritas, viajes y mudanzas al interior.