sábado, 10 de julio de 2021

Después del Koki

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La tarea importante y colosal en la Cota 905 y alrededores no es el exterminio de unos criminales (cosa necesaria y ya en marcha) sino la construcción de un cuerpo/estructura social que impida que se levanten nuevos kokis en el futuro. ¿PODREMOS hacerlo?

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Destaqué en el párrafo anterior la primera persona del plural porque ya está bueno mi pana, ya hace rato sonó la hora de que el chavismo en pleno entienda que hacer la Revolución no es tarea de gobiernos sino de militantes convencidos, y de gente con necesidad de vivir en una sociedad distinta. El Gobierno está aplicado a una tarea importante que es la destrucción de lo sórdido y lo putrefacto; a nosotros como pueblo nos toca construir lo que viene, que deberá ser distinto a lo que hay. Si después de destruidas las bandas nos limitamos a celebrar la acción policial y a jalarle bolas a la ministra que ordenó el entrompe, en la Cota y los demás territorios volverán a surgir estructuras iguales o peores que las actuales.

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El Gobierno exterminará las bandas, es su misión de esta hora. La nuestra (el pueblo organizado y conciente) es construir en esos territorios una comunidad distinta, donde los chamos tengan otras opciones y no se dejen captar por seudohéroes, llámense pranes, dirigentes escuálidos, o algo peor: dirigentes chavistas que se enriquecen y encumbran utilizando la memoria del comandante como trampolín.

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NO he dicho: "La gente de la Cota y La Vega tiene que vivir de otra forma". No, mamagüevo: somos nosotros, que bastante güevonada decimos y escribimos en estas páginas y redes para que nos aplaudan, los responsables de concretar en la piel del país esas ideas que se nos dan tan bonitas en la charla.

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La franja que interconecta las alturas de la Cota 905, La Vega y Caricuao son de una amplitud y una belleza conmovedoras, a pesar de la depredación física y social de siglos. Tierra apta para la agricultura, para meterle músculo y piel práctica al esqueleto del socialismo.

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Circulan en redes, de teléfono en teléfono, videos y fotografías de cadáveres, carajos despedazados por la metralla y por su propia dinámica autodestructiva. Hay una en particular, quizá la más fea e impresionante, la del cuerpo del que, se dice, son los restos del Vampi, con los sesos sirviéndole de almohada y la moto por allá atrás: quita los cadáveres, quita la moto y quita a los pacos, y pon a trabajar la capacidad de soñar y de diseñar. Maldita sea: en ese entorno maravilloso que se ve alrededor debería estarse produciendo toda la papa, la cebolla y el cebollín que unos pobres señores esclavizados nos traen desde los páramos merideños, a 800 kilómetros de distancia, por nuestra ridícula, mamagüeva, sucia, sifrina, escuálida y capitalista forma de entender lo citadino y la producción de alimentos.

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¿No estábamos hablando en enero de las Ciudades Comunales? En qué momento torcimos el rumbo energético de la Revolución y volvimos a creer que lo más importante es el ritual burgués y comemierda de la elección de nuevos funcionarios? Peor: ¿en qué momento nos dejamos convencer de que una Ciudad Comunal es una ciudad capitalista mejorada y perfeccionada, y no el ejercicio histórico de levantar una construcción distinta?

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Matar a unos imbéciles con armas no será la victoria. La victoria o derrota será lo que hagamos o dejemos de hacer después, no para remendar el tejido social de la Cota, La Vega y alrededores, sino para confeccionar y poner a andar a otro distinto.

domingo, 31 de enero de 2021

Que el pueblo cuente su historia

El bicentenario de la Batalla de Carabobo es una buena oportunidad para que otros autores se apropien del relato de lo que somos. Menos corbata y más música: aprender y comprender la historia debe ser una faena agradable, o se quedará en las catacumbas


Primero, vaya un reconocimiento y aceptación de ciertas verdades: la historia como disciplina es un asunto que desde hace años se estudia en universidades e institutos especializados, y no son para nada desdeñables los aportes ni la evolución de los estudios históricos en Venezuela y en todas partes del mundo.

Hay unos métodos, unas normas y unos códigos que rigen el trabajo de los investigadores e historiadores, y gracias a ese constructo es posible diferenciar un trabajo historiográfico responsable y respetuoso de cualquier simple regadera de anécdotas y chismes improbables y sin base real. Ingresar a un viejo archivo cuyos contenidos no han sido revelados y salir de allí con relatos fidedignos o tan siquiera comprensibles no es tarea sencilla, ni debe confiársele a manos no entrenadas para tal fin.

Pero hay una frontera, un límite, que separa a ese tipo de faenas más o menos arqueológicas de otro tipo de ejercicios. Por ejemplo, el que consiste en volver sobre historias ya investigadas y suficientemente narradas, y aplicarse a encontrarle interpretaciones más lógicas, y también más audaces y más acordes con lo que somos como clase, como pueblo. Al grano: durante siglos hemos tenido la desgracia y la desdicha de recibir la información histórica y su interpretación de manos y de labios de clases dominantes, o de sujetos interesados en seguir vendiéndonos una visión fatua, conservadora, mutilada, parcial e interesada de los acontecimientos y procesos. Historia burguesa para empujar al pueblo a una visión de sí mismo, del país y del mundo en la cual siempre los pobres somos los malos, los atrasados y los incorrectos, y siempre los poderosos, ricos y hegemónicos son los héroes.

Al respecto, hay malas y buenas noticias. Las malas tienen que ver con que, después de tantos años de “formación” de ciudadanos al servicio de una historia burguesa, y a pesar del estallido de Hugo Chávez como creador de la otra conciencia, la rebelde y la rompedora de moldes, seguimos sintiéndonos aplastados en presencia de las grandes figuras y emblemas del poder canónico. Sin darnos cuenta, o por mucho que nos resistamos, seguimos aplaudiendo la iconografía, la estética y los valores de la cultura que impusieron los genocidas, los vencedores de todos los tiempos. Los sujetos a quienes nos acostumbraron a escuchar en silencio y con la frente baja son los Uslar Pietri, los Pino Iturrieta, los encorbatados del vestuario y de la mente.

La buena noticia es que, incluso de esa misma academia que sigue enalteciendo a momias y no a seres humanos, han salido baluartes de la nueva forma de mirarnos como clase y como sociedad en rebelión. Que una publicación como ésta, la más importante de cuantas narran a Caracas desde el periodismo, se abra ahora para que nuevas voces cuenten lo que ya otros investigaron y publicaron sobre 1821 y sobre la campaña de Carabobo, es un signo de los tiempos que corren: aquí leerán (y las escucharán, cómo no) voces frescas, distintas, audaces, dispuestas a aprender y a enseñar la misma historia, pero con otros registros. Esta página, “Carbono 14”, será entonces un espacio para que nuevos autores vengan a escribir sus minicrónicas, sobre la historia de aquellos días y también sobre estos, que si los miramos bien, van sobre lo mismo: antes y ahora hay un imperio y unos mandamases que derrotar, un pueblo resistente y una historia en construcción.

En las entregas que vienen iremos contando en qué medida estas páginas quedarán abiertas y disponibles para el ejercicio de exploración de la historia con más música que corbata.

En Ciudad Ccs: http://ciudadccs.info/category/campana-de-carabobo/

En Épale Ccs: http://epaleccs.info/category/carbono-14/

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Originalmente en: http://epaleccs.info/que-el-pueblo-cuente-su-historia/

jueves, 21 de enero de 2021

Carabobo: lenguaje, noticias y fake news

Este año los venezolanos con mayor o menor conciencia patriótica hemos iniciado (y continuaremos) una misión que llamaremos, tal vez pretenciosamente, reconocimiento y afianzamiento de nuestro fervor en clave “Carabobo 1821”. Hace 200 años obtuvimos una victoria en una batalla emblemática de la venezolanidad, y esa victoria rebasa y trasciende el ámbito bélico: no fueron solo la campaña y el desenlace en unas acciones dramáticas de matanza y destrucción de tropas enemigas, sino el significado político e incluso geopolítico de esa hazaña.

Al desembocar en ese momento de la batalla del 24 de junio, y antes, Bolívar y sus generales no tenían en mente solo el significado y tarea más o menos locales de independizar a Venezuela y echar a los españoles. Carabobo no era el llegadero ni un fin en sí mismo, sino una estación más en el tren de la historia: lo revela el hecho de que Bolívar haya continuado de allí con las miras en Ecuador, y luego más al sur, adonde ya se habían iniciado otras campañas de emancipación. Bolívar no restringía su visión de Carabobo al escenario local llamado Venezuela, sino a una unidad más amplia y ambiciosa, llamada Colombia. De haberse conformado con la liberación y consolidación de Venezuela se hubiese quedado a mandar aquí, y más de un dolor de cabeza se hubiera ahorrado. Así que Carabobo es un hito, pero además plataforma de lanzamiento de algo más grave y universal.

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La versión impresa del periódico Ciudad Ccs inaugura esta semana una serie de artículos y reseñas históricas bajo el rótulo genérico de Correo de Carabobo; otros productos editoriales y artísticos (micros para radio, murales, teatro, etcétera) se ocuparán del mismo tema en distintos formatos. El espíritu de todos ellos persigue o se resume en varios objetivos o metas: entender y difundir la Venezuela de 1821 bajo la mirada de las generaciones e individuos que conviven en 2021. Será una apuesta y un homenaje al dinamismo y sabrosura del lenguaje, de este asunto en que convertimos los venezolanos el castellano que trajeron los españoles a América, mezclado con voces africanas, indígenas y de remota procedencia.

Tendré el honor de intentar o coordinar ese esfuerzo, que será de un equipo y no de un sujeto aislado. Como soy comunicador y me ha tocado vivir un tiempo de explosión de lenguajes, gracias a la tecnología y al múltiple y voraz contacto de culturas y aculturaciones, he comenzado la importante y sabrosa misión de detectar en el verbo de Bolívar un aspecto que, increíblemente, nos ocultaron en la escuela y en la academia: Simón era un jodedor que parece acartonado, en buena parte, porque no comprendemos tan bien el lenguaje del siglo XIX.

La otra parte de la misión es la mejor: “traducir” o hacer más digerible al ojo y al oído del venezolano actual (siglo XXI, dos siglos después de Carabobo) aquellos mensajes e intenciones, aquel malandreo caribe con el que incomodaba y empequeñecía a Santander en sus cartas. La nueva sección del periódico, que se llamará Correo de Carabobo, estará llena de esas revelaciones y claves. Y de otras más, que nos atañen como comunicadores: revisando a Bolívar y a su entorno nos percatamos de la importancia que le otorgaban los grandes señores de la guerra a la comunicación, e incluso a las noticias falsas o fake news, en el proceso de destrucción del enemigo.

La mentira al servicio del desconcierto y la desmoralización del contrario no es un elemento que inventaran Goebbels o McLuhan: más de un siglo antes ya Bolívar era capaz de detectar los engaños del enemigo, y lo empleaba también, seguramente por conocimiento de experiencias anteriores (nada nuevo: los generales y habitantes de Troya engañados por el famoso caballo). Hay docenas de cartas donde el Libertador desmonta o descubre proyectiles de esos que ahora llamamos fake news. En una de ellas, fechada en Trujillo el 20 de noviembre de 1820, le comunica a Francisco de Paula Santander, quien despacha desde Bogotá:

“Remito a Vd. esas gacetas curiosas, interceptadas al enemigo, con una carta que dice posteriormente que los enemigos estaban a dos días de Caracas, que son los mismos lugares de Tacarigua y Río Chico; esas tropas patriotas son ciertamente inventadas, con jefes y todo, pues yo no he oído mentar nunca al jefe Zapata. Haga Vd. hacer un artículo de todas esas noticias, con referencia a todas esas gacetas y cartas”.

Las campañas de la Independencia, y entre ellas Carabobo, están llenas de ese tipo de episodios. Años antes el propio Bolívar había producido una de estas fintas de desinformación: se inventó una fulana batalla de Guayabal, nada más para desorientar o desmoralizar a algún batallón. Y justo antes de la batalla del 24 de junio, al parecer porque sospechaba que la correspondencia estaba siendo interceptada, le aseguraba a Santander que de Trujillo iba saliendo para Quito, en Ecuador, a reforzar la campaña de allá. En eso insistía hasta febrero de 1821, hasta que de pronto lo vemos en Barinas, y luego en Achaguas rumbo a la gloria de Carabobo.

Y en cuanto a la vital y gravísima importancia que le daba a la información y a las comunicaciones, aparte de los gestos y decisiones grandiosas como el traer una imprenta y comenzar a imprimir el Correo del Orinoco, están episodios como el siguiente, ocurrido por esos mismos días previos al armisticio (noviembre de 1820). El general Briceño Méndez, por órdenes de Bolívar, le envía a Ambrosio Plaza la siguiente orden:

“El oficio de US. es del 6 [de noviembre de 1820], y se ha recibido ahora [8 de noviembre de 1820], a la una de la tarde. Tan notable retardo es de un gran mal al servicio, y manda el Libertador que US. haga investigar, por qué ha sido esta dilación, a fin de castigar con la última pena al delincuente”.

Ni más ni menos: pena de muerte para el responsable de que una carta se tardara dos días en llegar, desde Santa Ana de Trujillo, hasta Trujillo capital; ese recorrido hoy se hace en carro en poco más de una hora (no sabemos en cuánto tiempo cubrían esas distancias los correos de la época). Y más tarde, en otra comunicación a Santander:

“Si por accidente se supiese o se recibiesen noticias de alguna negociación diplomática, que se ponga alas al correo, se ofrezcan premios exorbitantes para que volando me lleguen oportunamente. Deseo que nada se haga sin mi conocimiento en esta materia (…) Los correos me matan con sus dilaciones. Al fin tendré que mandar pagar los postas [los encargados del servicio de correo: los Whatssap de la época] españoles, pues que nos sirven mejor que los de Colombia. Hace más de dos meses que han llegado los fusiles a Angostura, y todavía no lo sé de oficio y los estoy esperando por momentos, de Guasdualito, si es que han sabido hacer esto siquiera (…) Mi desesperación en esta parte sólo compite con mi indignación, por esos señores. Hágame Vd. el favor de decírselos así”.

La Historia es un viaje fascinante, sobre todo cuando logramos entender que hay un duende o aliento que nos ha convertido, no en los pasajeros pasivos que miran por la ventana, sino en los protagonistas del recorrido: ya nos bajamos del carro, ya formamos parte del paisaje y somos el elemento que va transformándolo.

 

Originalmente en: http://ciudadccs.info/2021/01/21/monte-y-culebra-carabobo-lenguaje-noticias-y-fake-news/